Cavalcanti en el París errante
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París fue por mucho tiempo la gran metrópoli moderna. En los años veinte del siglo pasado también fue el centro de las vanguardias artísticas e intelectuales. Por sus calles deambularon, entre otros, Walter Benjamin, Baudelaire y Gyula Halász (Brassaï), quienes encontraron en el placer de vagar por la ciudad una experiencia y una forma de exploración estética, que también descubrió en su momento el movimiento dadá. En ese placer, tal vez sin saberlo, continuaron con una tradición que ya había iniciado Gérald de Nerval en el siglo XIX en lo que él denominó “promenade nocturne”. Pues bien, esta misma idea se percibe en el filme Rien que les heures (1926) de Alberto Cavalcanti. Allí se muestran, desde la perspectiva del inmigrante, dos ciudade... Ver más
2011-9070
2711-029X
2017-02-01
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Sumario: | París fue por mucho tiempo la gran metrópoli moderna. En los años veinte del siglo pasado también fue el centro de las vanguardias artísticas e intelectuales. Por sus calles deambularon, entre otros, Walter Benjamin, Baudelaire y Gyula Halász (Brassaï), quienes encontraron en el placer de vagar por la ciudad una experiencia y una forma de exploración estética, que también descubrió en su momento el movimiento dadá. En ese placer, tal vez sin saberlo, continuaron con una tradición que ya había iniciado Gérald de Nerval en el siglo XIX en lo que él denominó “promenade nocturne”. Pues bien, esta misma idea se percibe en el filme Rien que les heures (1926) de Alberto Cavalcanti. Allí se muestran, desde la perspectiva del inmigrante, dos ciudades que se contraponen, pero que necesariamente son indisociables, pues las dos son inevitablemente París. Por un lado, se encuentra la moderna y glamorosa París que se asienta sobre suelo firme, a la arivière del Sena, como paisaje perfecto para los boulevards, las grandes avenidas y les cafés en donde aún departían dandies acompañados de hermosas mesdemoiselles. Pero, por el otro, se muestra otra que convivía al margen y donde aún vagaban los hoy desaparecidos chiffonniers o el encantador flâneur, a quien también le cantó Baudelaire. Estos personajes, junto con prostituées, bandits et marins, entre muchos otros, habitaban estas calles que conformaban un mundo en el que vivían, vagaban, luchaban, se enamoraban y morían, tal vez bajo la mirada impávida de la metrópoli normalizada, pero siempre condescendiente o, si se quiere, alcahueta de la otra ciudad que aquí denomino: el París errante. 
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ISSN: | 2011-9070 |